Tomarse un té de menta, dormir en pleno desierto, perderse en las medinas, recorrer los múltiples mercados y puestos callejeros, respirar el aire especiado con ese olor tan particular que me genera reminiscencias de Estambul, observar simplemente anonadado, observar y ser observado, caminar entre las multitudes, comer un tajine o un cuscús, compartir música e ideas, charlar con un grupo de marroquíes... es sólo una parte de la experiencia marroquí.
Lo cierto es que el contraste inicial entre Dakar y Fes resultó profundo e ineludible, venir de una cultura sumamente abierta como la senegalesa, alegre, colorida, donde toda la gente se saluda e interactúa, se sonríe, conversa, se mira francamente… y encontrarse con caras rígidas, colores grises, pequeñas callejuelas oscuras, callejones sin salida, velos que esconden, gestos sufridos, gritos o silencio, martillazos metálicos, desierto, desolación, desigualdad… es un fuerte e interesante impacto. Incluso sus lenguajes son más rígidos, y el francés que hablan más cerrado y áspero. El color en Marruecos está en las comidas, en las telas, en los cueros, en las curtiembres, en las especias, los frutos secos, en el té, en los interiores de las casas, en el interior de la gente, no en las fachadas, en los rostros, en los cuerpos, en las tradiciones. Es necesario penetrar la caparazón. En la medina de Fes casi no se ven mujeres y niños, esto es muy fuerte y llamativo. Sus más de 9000 callejuelas, cargadas de historia y misterio, conforman un entramado laberíntico, donde en pocos lugares penetra el sol. Hace menos de 10 años que asumió el nuevo rey y comenzaron a implementarse fuertes cambios estructurales en la sociedad. La mujer hasta entonces no podía siquiera trabajar, hoy por hoy están en un camino de transición pero muy lejos aún de gozar de los mismos derechos. En el desierto y en los pueblos del interior las tradiciones están aún más arraigadas, pero aún así, pueden verse niños en las calles, jugando, yendo y viniendo del colegio… muchas bicicletas. Mujeres haciendo tareas domésticas. Hombres bebiendo en los bares. Los paisajes son sorprendentes y muy cambiantes, en pocos kilómetros se pasa del bosque, a las montañas nevadas, luego a paisajes rocosos y finalmente al desierto, increíble, majestuoso, imponente, impune. Y detrás de todo esto hay gente, humanidad, historias, cultura, amor, ideas, gente conversadora y afable, cierta ingenuidad y pureza que asombra en muchos casos. Como Farid, chofer, buen tipo, con aspecto de matón de la mafia rusa pero más bueno que el pan, trabaja todo el día y gana lo mínimo e indispensable para mantener a sus 5 hijos, dice ser feliz refugiándose en sus amantes y en la ilusión de romper la banca alguna vez en el casino. O Alí, el joven de 18 años que me guió en el desierto, hijo de un paseador de camellos, que sigue los pasos de su padre, lleva haciéndolo desde los 11 años, aspira a generarse su propio emprendimiento y para arrancar quiere armarse un blog pero no tiene ni la menor idea de como hacerlo. O la joven musulmana del aeropuerto, que no recordaba siquiera su fecha de nacimiento para completar la ficha de migraciones, tuvo que sacar su pasaporte y copiarlo. O el rasta que vive en medio del desierto hace 9 años y es el mejor percusionista que he visto jamás, podría estar tocando en cualquier banda del mundo, pero resulta tan natural para él que no sabe siquiera el extraordinario talento que tiene. O la historia de amor y contradicción de Nordin, marroquí de 28 años, vive en Londres, viajó a visitar su tierra y se enamoró por 2° vez en su vida, quiere casarse. Ella se llama Fátima, trabaja en un bar de pueblo en Merzouga, en pleno desierto. La primera vez que Nordin se enamoró fue de una eslovaca, estaban por casarse, hasta que ella se lo presentó a su padre, y este no lo aceptó por tener la piel levemente oscura. Paradójicamente los amigos de Nordin no aceptan a Fátima, le dicen que está interesada en él solo por los papeles, que es una puta de pueblo solo por el hecho de trabajar en un bar, explican que eso está muy mal visto en la sociedad marroquí y le dicen que no puede casarse con ella sin antes presentársela a sus padres, hay tradiciones que deben respetarse aseguran. A Nordin no le importa nada, ni lo que dicen sus amigos, ni sus padres, ni las tradiciones, ni el que dirán… dice que lo único importante es el corazón! Ya lleva más de un mes yendo todas las noches al mismo bar, bebe y espera, estira su estadía, pero no se atreve a dar el paso. Esto también es Marruecos.