Tomarse un té de menta, dormir en pleno desierto, perderse en las medinas, recorrer los múltiples mercados y puestos callejeros, respirar el aire especiado con ese olor tan particular que me genera reminiscencias de Estambul, observar simplemente anonadado, observar y ser observado, caminar entre las multitudes, comer un tajine o un cuscús, compartir música e ideas, charlar con un grupo de marroquíes... es sólo una parte de la experiencia marroquí.
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